Consternado, se quedó en el centro de aquella gran sala donde nadie parecía hacerle caso. El pánico, una emoción que le era casi ajena, comenzó a brotar en su interior. Estaba solo entre gente tranquila, pero él no estaba invitado.
Una figura blanca, más alta de lo normal y vestida con un albornoz plateado, se le acercó en silencio. Él, con cierto temor, le preguntó:
—¿Sabe usted por qué nadie me habla ni me hace caso?
—Sí, lo sé.
Al ver que solo respondía con monosílabos, insistió:
—¿Usted tampoco me contesta?
