El tiempo había pasado y ya no quedaba nadie en el césped. Por la calle no cesaba el ir y venir de coches, aunque el ruido no afectaba a un cuerpo que descansaba plácidamente. De entre todos esos vehículos, uno decidió detenerse junto a él. Bajaron dos personas de uniforme y se colocaron a su lado. Observaron que vestía bien, aunque algo desaliñado; eso les extrañó.
Uno de ellos comentó al otro:
—Aquí lo tienes: buen traje, ha debido de comer y, sobre todo, beber bien, y ahora, como si estuviera en su chalet.
—Pues no, mal no se le ve. ¡Estos pijos…! —respondió su compañero.
