Jacinto era un chico alto, delgado y portaba gafas que le añadían un cierto aire de fragilidad. Él admiraba a Jorge por sus cualidades; en cierto modo, aquel chico era su ideal. Intentó acercarse al grupo; quería estar cerca de él y ser su colega. No fue rechazado; tampoco se sintió demasiado bien acogido.
Un día, coincidió con Jorge mientras ambos volvían a casa. Aquel chico bromeaba con las gafas de Jacinto y con su delgadez. Incómodo, terminó preguntándole:
—¿Por qué te ríes de mí y por qué no me tratas como a los demás?
—Te trato como a todos, pero todos no somos iguales; son ellos quienes me eligieron. Si tú quieres hacer lo mismo, tendrás que hacer tres cosas por mí —le dijo Jorge con tono retador.
—Vale —dijo Jacinto con entusiasmo.
Jorge le echó el brazo por el hombro, como gesto de amistad, y al oído le susurró las tres cosas que tenía que hacer por él. El corazón de Jacinto latía con esperanza ingenua.
Aquellas tres cosas eran humillantes y muy exigentes, ponían en riesgo la reputación o exponían la timidez de Jacinto, que, por tener su amistad y reconocimiento, no dudó en concederlas, pero Jorge no cumplió nunca su parte...
Si quieres leer el resto puedes encontrarlo en mi libro "Sentimientos prisioneros" que próximamente será publicado.



